Las Palmas de Gran Canaria, miércoles 31 de julio de 2024. El Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) o la Tate Gallery de Londres son, sin duda, dos de las mecas del arte contemporáneo en Occidente. Sus muros exhiben, si hablamos de pintura, lo más representativo e impactante del nuevo arte y las vanguardias. Trabajos que en no pocas ocasiones llevan la firma de artistas que han reformulado los conceptos de obra y creatividad en un contexto moderno, y que han redefinido su propia disciplina. Uno de esos nombres escogidos es el de Manolo Millares, sobre cuyo trabajo se organizan regularmente retrospectivas en los grandes museos de ciudades que establecen tendencias, como La Gran Manzana, París, Londres o Madrid (el Reina Sofía conserva una buena ‘colección Millares’).
Manuel Millares Sall nació en Las Palmas de Gran Canaria en el año 1926, y falleció en Madrid en 1972. Resulta complicado discutir su propicio entorno familiar como uno de los grandes condicionantes que alumbraron su vocación artística. Los Millares, ciertamente, han destacado durante generaciones por sus evoluciones investigadoras y creativas, en una permanente retroalimentación de talentos en casa. Así, Manolo fue el sexto hijo del poeta y catedrático Juan Millares Carló y de Dolores Sall Bravo de Laguna, con parientes tan destacados en su entorno como el historiador Agustín Millares Torres, los escritores Agustín y Luis Millares Cubas y o el paleógrafo, bibliógrafo y académico Agustín Millares Carló. ¿Cómo no cultivar sus curiosidades artísticas desde pequeño?
Así lo hizo Millares el pintor, que se formó como paisajista en su ciudad natal, coqueteó con el surrealismo y acabó construyendo un estilo propio transgresor y plenamente contemporáneo, capaz de reconfigurar la identidad del aborigen canario en la más moderna expresión de la creatividad del isleño.
En su educación jugó un papel importante El Museo Canario, en donde jóvenes como el escultor Martín Chirino y él mismo visitaban la colección de arte aborigen, se maravillaban con las pintaderas, la iconografía de los primeros pobladores de las Islas y aquellas momias de sus cadáveres, envueltas en la rugosidad de desgastados materiales y telas. Uno y otro tomaron buena nota mental de todo aquel imaginario, tal como se puede comprobar repasando la obra de estos dos genios contemporáneos, hijos de la ciudad.
En lo que atañe a la producción de Manolo Millares, su producción está conformada por más de medio millar de trabajos. La mayoría, lienzos, aunque también se cuenta algunos artefactos y soportes en los que también se expandieron sus visiones. Después de unas primeras exposiciones en el Círculo Mercantil de la capital grancanaria y el propio El Museo Canario, Millares acabó encontrando su impronta personal. Desde 1950 comenzó a firmar piezas en las que se conjugaban las formas abstractas con la caligrafía y, particularmente, el relieve.
Son, en efecto, las arpilleras el rasgo distintivo más reconocible del legado de Millares. Formas y tramas que emulan aquellos envoltorios de las momias aborígenes, que se salen del cuadro, trabajadas en arena y madera, y que consiguen la textura de los sacos de papas que tan representativos han sido del desarrollo de la economía insular durante el siglo XX.
El pintor consiguió apelar al espectador, no sin polémica. No sin que le discutieran su propuesta. Tampoco sin que su trabajo trascendiera en el escaparate internacional, hecho el recorrido desde Las Palmas de Gran Canaria hasta Madrid. En la capital de España vivió y trabajó Millares, junto a su esposa, la pintora y escritora, y posterior albacea de su obra, Elvireta Escobio. Otra sensibilidad remarcable que acompañó al artista en su evolución.
Su herencia no dejaba de crecer desde que activara en su ciudad natal el grupo LADAC (Los Arqueros del Arte Contemporáneo que, junto a él, fueron Placido Fleitas, Juan Ismael, José Julio, Alberto Manrique, Felo Monzón y la misma Elvireta Escobio). O integrara de manera destacada en Madrid el grupo El Paso, originalmente formado por los pintores Rafael Canogar, Luis Feito, Juana Francés, Manuel Rivera, Antonio Suárez, Antonio Saura y el propio Millares, además del escultor Pablo Serrano. El Paso, sin duda, es una de las grandes influencias en el devenir del arte nuevo en España tras la posguerra.
La obra de Manolo Millares permanece hoy repartida por todo el mundo. A museos e instituciones artísticas hay que sumar una treintena de colecciones privadas, poco dadas a exhibir estos trabajos, firmados por uno de los artistas más destacados de las vanguardias del siglo XX. Aunque en su tierra su producción sí que permanece accesible y bien cuidada.
En las Casas Consistoriales de la plaza de Santa Ana, en su Salón de Juntas, lucen en las paredes varias de las obras de Millares que pertenecen al patrimonio municipal. Una relación en la que figuran Despojo abisal (1967) y seis piezas más sin título, fechadas en 1961, 1965, 1968 y 1971. Ahí están las célebres arpilleras. Además, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria cuenta con una pintura abstracta no titulada por el autor, a la que se le conoce como La procesión, que data de la década de los años sesenta del siglo pasado. Y el collage abstracto El personaje, de 1966.
El Museo Canario y el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) han mimado también la obra de Millares. Ambas instituciones programaron exposiciones monográficas para conmemorar el cincuenta aniversario de la muerte del artista (fallecido un 14 de agosto). El CAAM también se ha esforzado por recuperar varias obras del pintor, siempre uno de sus principales objetivos en su política de adquisiciones. La ciudad, fuera de las salas de arte, ha dedicado un parque a su memoria en el barrio de la Vega de San José, y monumentos como el busto levantado en ese mismo emplazamiento, de Miguel Alonso Muñoz (1993). Aunque Manolo Millares será siempre por sí mismo uno de esos artistas inolvidables.